I survived to Behòvia 2009

dimarts, 27 de maig del 2014

Uno de los nuestros.



¿Nos une algún vínculo esencial a los corredores? ¿Somos mejores personas? No lo sé, pero sí creo que el esfuerzo diario, compartido, en soledad, el sacrificio, el trabajo hecho desde la dignidad, por el valor de conseguir lo mejor de nosotros mismos nos hace crecer y de eso trata nuestro deporte, a nuestro nivel. Aunque no todos lo entiendan.



Xavi es uno de los nuestros. Un corredor. Con su vida, como la nuestra, con sus alegrías y sus problemas. Y hace poco sufrió un accidente que le tiene ahí, no sabemos si ausente, debatiéndose en la carrera de su vida. Desconocemos en qué punto estará su meta pero sí sabemos que los suyos (que somos todos nosotros) le están animando con tanta fuerza que él, desde la inconsciencia, que no sabemos, ya está haciendo mucho por todos nosotros. Su dolor, que es el nuestro, nos hermana. Nos hace a todos un poco mejores. Y eso se lo debemos ya. Y soñamos en el día en que se despierte y se lo podamos contar, si no lo sabe ya.

El domingo, en una clásica de Tarragona, nos abrazamos y corrimos por él. Corrimos con él. Corrimos gracias a él. Fue nuestro modo de mandar aun más fuerza a su familia y a Xavi, y agradecerle lo que está haciendo por nosotros. Y soñamos con el día en el que seguro, aquí o allá, volveremos a rodar todos juntos.

Un fuerte abrazo a su familia y a sus compañeros del CA Francolí, que somos todos nosotros y vosotros también, lectores.

  
 

diumenge, 4 de maig del 2014

Boston Bill.

Será una de mis biblias


Acababa de despedir a mi amigo Jordi tras haber recorrido la inmensa y orgasmática feria del corredor del maratón de Boston del año del gran calor, de la edición del infierno del 2012. Apocalipsis Maya.

Volví a entrar en la misma para comprar y comprarme unos regalos y, libre de dar la brasa a nadie, recorrerla una y otra vez hasta morir. Me fotografié con Karnazes (bajito, mucho gasto en peluquería, él, que puede: ¡ultramechas!), observé el delirio merecido con los Hoyt y me llamó la atención el inicio de la formación de otra cola. Una hora antes, casi sin darme cuenta, me había saltado una gigantesca para fotografiarme con Desi Dávila (Linden de casada), una de mis maratonianas favoritas: con discurso, sentido del humor, esfuerzo, honestidad e identidad.


Elder Kelley


Así que esta vez decidí guardar las formas aún sin saber muy bien qué famoso/a estaría a unos 10 metros. Había pillado un buen sitio en la parrilla de salida. Y de repente era él, Bill Rodgers. En persona. En vivo y en directo. Habiéndome criado con las revistas norteamericanas de los setenta y ochenta de Runner’s World sabía qué representaba (pensaba que lo sabía) en este bendito mundo del correr. Así que nos hicimos una selfie cuando aún no se llamaban así, me firmó unas fotografías (¡que no sé dentro de qué libro están!) y me comentó, muy afablemente, sus luchas con Mariano Haro en el cross de las Naciones y que siendo yo mediterráneo estaría adaptado al calor que se anunciaba para el siguiente lunes. Ya te darán. Quizás otros detalles los haya contado ya por estos aquís y allís


Amby entre los Kelley


Vuelvo a Bill porqué acabo de leer su biografía, Marathon Man. Me ha impactado y puedo afirmar que debería ser un libro de lectura obligatoria para cualquiera, tenga la edad que tenga (47, un poner), que quiera descubrir y aprender el procedimiento para dar lo mejor de uno mismo. En una maratón y en la vida. Ya nos dijo Deena Kastor que uno afronta la vida como lo hace con un maratón. Y lo contrario sería engañarnos a nosotros mismos.


A finales de los sesenta EEUU era un hervidero social. La contracultura, la guerra del Vietnam…tiempos de cambio (para que todo quedara igual) en plena guerra fría. Bill, hijo de Massachusetts, había tenido una buena infancia, al aire libre, en los bosques frondosos del este norteamericano. Siempre se recuerda corriendo, jugando. El lado positivo de cierto paralelismo africano.
 




Salazar preparando el relevo de Bill


Tras un paso brillante y atlético por la secundaria, siguió entrenando en la universidad donde se produjo una de esas casualidades que nos pueden cambiar la vida, aunque tardemos años en darnos cuenta. Compartió habitación con Amby Burfoot y ahí enlazó invisiblemente con la tradición de ganadores del maratón de Boston de Nueva Inglaterra que cruza todo el siglo XX: Clarence de Mar, John “the Elder” Kelley, Young Johnny Kelley (sin parentesco), Amby Burfoot y el propio Bill quien pasó el relevo al mismo Alberto Salazar. Pero esto es regreso al futuro.


Duel in the sun.


Amby era un metódico estudiante que, huérfano de padre, había sido acogido por Younger Kelley (2 victorias en Boston) quien le traspasó el veneno del correr –eran tiempos duros, no era extraño que los conductores les insultaran- y en especial el de vencer en Boston. Estoicamente doblaba diariamente y los fines de semana realizaba tiradas de 40 quilómetros. Muchas veces Bill, quien ya por esa época había comenzado a sucumbir a la confusión de la noche, le acompañaba. Y aún sin saber nada de la leyenda que era el maratón de Boston aprendió inconscientemente que para luchar por semejante reto debía apostar al 100%. Debía ser atleta las 24h. Tenía talento para la larga distancia.

La vida transcurrió, Amby dejó la universidad e inició una vida plena y de éxitos (fundador de la revista Runner’s World) y Bill dejó de correr completamente para abrazar a la siempre sobrevalorada noche, el humo y el alcohol y cruzar las nieblas de la vida con su magnífica (eso sí lo añoro) Triumph. Al mismo tiempo, su radical posición contra la guerra de Vietnam le condujo a la objeción de conciencia y el pago fueron dos años de servicios sociales. Pero algo le decía que no era plenamente feliz (o que estaba completamente insatisfecho).


Clarence de Mar y las chicas de Wellesley


Un día, paseando con su moto, se encontró con gente esperando a los corredores del maratón. Aguardó, resacoso, y vio llegar a su antiguo amigo Amby quien acabó venciendo. Era la edición de 1968. Primer clic. 

4 años después Frank Shorter ganaba el oro olímpico en los trágicos JJOO de Munich y Bill lo veía en directo a través de la TV. Segundo clic. Volvió a correr. Poco a poco se fue reconstruyendo como atleta y al tiempo su volumen alcanzaba las 100 millas semanales haciéndose un nombre en las anónimas carreras de Nueva Inglaterra. Se cruzó con un genio, su entrenador Bill Squires, un adelantado a su tiempo, un visionario. Y comenzó la historia.

El libro es un hermoso flash back que fluye entre su maratón de Boston de 1975 y su vida anterior. Obviamente, mucho más de lo que cuento. 

Sus reflexiones coinciden con mis respuestas, las que he ido encontrando a mis preguntas a lo largo de mi vida. Habla de la felicidad del correr, de la conexión con la infancia, de la vida con una consciencia más libre. Y ante el tópico de la soledad del corredor de fondo defiende su potente vector emocional y colectivo, el de todo un grupo que prepara un maratón. Lo he vivido plenamente estos últimos años. Especialmente esta temporada.

Leo que ha cerrado hace poco su mítica tienda en Quincy Marquet en Boston. Un auténtico museo que atendía su hermano mayor. Os dejo aquí el post que le dediqué y brindo por una larga vida para Bill y por todo aquello que nos ofreció.

¡Saludos!