Hay ciudades de las que uno se enamora al instante
y, consecuencia de esta irredenta pasión, uno quiere volver una y otra vez. Dos
ciudades a las que me rendí, tras los primeros pasos por sus calles, son Boston
y San Sebastián. Ciudades marinas. Ciudades abiertas.
En 1995 llegué por vez primera a Boston. Iba a
correr la 99 edición de su clásico maratón y recorrí la ciudad de arriba a
abajo. Sus museos, sus calles, su viejo (para sus estándares) barrio italiano,
sus universidades, el río Charles, Beacon Hill…la maratón era la guinda del
viaje, el punto final de una semana intensa que me dejó, completamente agotado,
en la línea de salida y donde, una vez más, la euforia del ambiente me llevó a
chocar contra un muro agradecido, un muro físico que no tiene más que aceptar
la derrota. Una batalla más. Pero lo que más me sorprendió fue el ambiente
maratoniano que se respiraba en toda la ciudad. La gente lucía con orgullo la
chaqueta oficial del maratón. Azul, ese año. Y algo que no olvidaré jamás sucedió
de madrugada yendo a buscar a los autobuses que nos trasladarían a Hopkinton:
me paró un coche para darme muchos ánimos y que disfrutara de la fiesta. Nunca
había vivido algo así en mi país y nadie imaginaba que 15 años después miles de
personas invadirían nuestras calles y que ciertas carreras serían también una
fiesta: Behobia, nuestro Boston.
Volví a Boston en el 2011 y en el 2012. Grandes
momentos que quedaron reflejados ya en este blog. Me siento muy unido a esta
ciudad y siendo la vida un conjunto de experiencias que nos van formando, uno
siempre quiere estar ahí cada tercer lunes de abril porqué de eso se trata, de
celebrar la vida por muy amarga que nos la quieran hacer sentir. Porque los
afectos y las buenas gentes –doy fe que no dejo de cruzarme en la vida con
ellos, en Boston sin ir más lejos- siempre serán más, somos muchos más, que extraños
egoístas adictos al odio, absurdos e inútiles seres que nada lograrán salvo el
dolor. La masacre discrimina. Todos nos unimos en su contra. Contra este muro
de intolerancia no chocamos, lo derrotamos.
Y como dicen que solo hay que tener miedo al mismo
hecho de tener miedo, volveré. Quería celebrar mis 50 años, en el 2017,
inaugurando grupo de edad sobre el duro asfalto bostoniano. Quizás vuelva
antes. Quizás el año que viene. Se lo merecen. Tornarem.
Un afectuoso abrazo para todos ustedes,
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