I survived to Behòvia 2009

dijous, 10 d’agost del 2017

La aventura de los 50: epílogo.

Burros, cabras y vacas, por este órden


Etiopía me recuerda una España que he vivido y que recuerdo gracias a las imágenes familiares en super8 que tanto valor tienen ahora. Con una mayoría de la población viviendo en la pura subsistencia con sus burros (millones), sus cabras (centenares de miles), vacas (miles) y su pequeña parcela de tierra. Niños que colaboran en la economía familiar desde antes de tener uso de razón. Los he visto jugando con una botella de plástico aplastada que arrastran con un cordel, con dos bidones de su misma altura para cargar agua –el agua corriente que damos por sentada-, de pie sobre una plataforma de madera que hace las veces de un carro guiando un burro de viaje a alguna parte y campesinos que labraban la tierra como lo hacían en mi huerto antes de que llegara el motocultor. Como desde siempre, con la fuerza animal. Niños jugando en los charcos que la sesión de lluvias avanzada va dejando por doquier. Piscinas improvisadas. He visto mucha pobreza y poca tristeza. Y desde luego mucha menos miseria que en el barrio de los yonquis en Vancouver o las reservas navajas de Arizona. Por no escribir de los miles de homeless en Portland, imagen de la que aún me estoy recuperando.

Añadir que tras 3 días en Etiopía me liberé al decidir no hacer determinadas fotos. Siendo un país increíblemente fotogénico, para poder hacerlas y sentirme bien debería llevar un tiempo de convivencia y ganarme tal derecho.

El viaje me ayuda a distinguir entre pobreza, miseria y tristeza. Pobreza hay, sobre todo según nuestros estándares occidentales. Reconozco que no conozco de cerca la nuestra aunque la intuya.
Miseria vi en la capital, adonde llegan miles de personas que abandonan el campo en otra repetición de nuestra transición. Abandonan la pobreza para entrar en la miseria.
Y tristeza vi muy poca. Vi caras sonrientes y orgullosas –el único país africano que no fue colonizado, aunque las huestes fascistas de Mussolini lo intentaron- y mucha amabilidad. Me habían comentado que lo mejor de Etiopía eran sus gentes. Tenían razón.
Visité las plantaciones de café que me recordaban al cortijo motrileño de mi suegro, con sus plataneros, sus aguacates, maíz, mangos y guayabas. Paraíso vegano. Paisaje rojo de tierra fértil y arcillosa y verde brillante, pasto fresco fruto de las lluvias que cada día, como en un ritual de generosidad divina, la riegan. Autosuficiencia.


Cortijo etíope


Las casas, de barro y bambú –libres de hipotecas- suelen tener las tumbas de algunos de sus antepasados enfrente para que sus espíritus velen por los vivos. No sé porque pero me gusta este concepto, herencia del animismo. Y niños, muchos niños por todas partes –alguno de ellos ganará, seguro, en Dubai con 2h2’ en el 2032-. Niños con ropa vieja y roída que juegan a todo y a todas horas. Me acuerdo de mis años setenta y no diferíamos mucho de lo visto aquí.

El viaje era turístico (conocer un país mítico) y deportivo (hacer el tapering en altitud relajándome y descansando para Comrades). Lo contraté con una empresa etíope llamada Run in Africa donde saben combinar magistralmente ambas actividades. Vayas donde vayas te espera un atleta etíope –o varios- que te acompañan a entrenar –tú pones el ritmo y la distancia-. El primer día descubrí que es una forma única de conocer el país ya que vas a correr por donde entrenan ellos, vives sus calles, ves a sus gentes a pie de asfalto.
Y aunque el viaje acabara de forma distinta a la planeada ha sido una experiencia única tras la que me siento en deuda con Etiopía, que tanto me ha dado a cambio de tan poco.

Libre de hipotecas


La gira final de mi aniversario incluía otro viaje a dos de los estados más atléticos y libertarios (¿correlación?) de los USA como son Washington (State) y Oregon. En una autocaravana, de camping en camping, me impregné de los brutales paisajes norteamericanos, peregriné a la meca de Eugene y además competí en 3 carreras, 2 de 5k y una media, que habrían hecho las delicias de todo buen hater, enfurecido o no, que se precie. Por unos 50€ tenías derecho a correr en tráfico abierto, en alguna también a camiseta de algodón de las de toda la vida y, tras quedar tercero en las tres, a no recibir ningún trofeo. Disfruté la experiencia y lógicamente no me aproveché de las redes sociales para masacrar a los organizadores. Sabía a lo que venía. Las carreras de allá quizá sean el futuro de aquí: 70% de mujeres, mucho disfraz y, algo sorprendente, happy hour de cervezas y cócteles –¡con tequila un domingo a las 9 de la mañana!- es decir, más happy que run y los cuatro motivados que allí estábamos y que iremos desapareciendo, espero que lentamente.

Hayward Field, territorio leyenda
 ¡Saludos!
Mount Rainier, WA st


PD: tras mil dudas con el blog y frente a un 2017-18 intenso y que promete intentaré darle algo más de tralla tras haberme dejado ir en exceso.

2 comentaris:

Anònim ha dit...

Un viatge desmitificador. Riquesa, pobresa, miseria, desig, necessitat... Tot es descompon i es reconstrueix a la que sortim del nostre entorn. Però tu ja ho sabies, Ferran. Perquè el viatge mental ja l'havies fet (m'agrada la idea que viatjar és tornar a un lloc ja hi hem estat). El regal del cinquanta aniversari ha estat confirmar que quan et vas posar les sabatilles (les de córrer i les de les idees) vas triar un bon camí.

Dioni Tulipán ha dit...

Ferran, la tralla del blog (y de las pistas) es voluntaria.
Se agradece, y mucho, pero no debería ser una carga!

Aquí estaremos para disfrutar de ella, con más o menos frecuencia!

Gran viaje el tuyo... vale la pena cumplir medio siglo así. Y sí, pobreza no es sinónimo de tristeza.
Lo que sé de la República Dominicana y Túnez es inversamente proporcional.

A seguir!!
Un abrazo,
Dennis.