Sabadell y febrero, ¡qué tiempos! |
En un
ritual anual, al florecer de los primeros almendros acudimos a Sabadell a
estrenar la temporada de pista cubierta. El 2020 se presentaba como una gran
incógnita, muy cerca del maratón, pero con buenos entrenos de calidad, con los jóvenes
de 50 que suben apretando y mi ímpetu juvenil. Que iba a darlo todo, era lo
único seguro.
Una de las
grandes características de este otoño e invierno ha sido el llegar a la maratón
por abajo. No por volumen, que ha sido correcto, si no por la calidad. Series
muy rápidas y generalmente por debajo de los 1000 metros, trabajando ritmos que
sinceramente creía que solo formarían parte de mis memorias. Como el desgaste
en los 42k fue menor que en otras ocasiones - ¿efecto Next%? - a los 10 días de
finalizarla ya cayeron 10 x 800 a 2’30” y en otra sesión 8 x (400m a1’12”-200m
a 33”). De hecho, esta última sesión, realizada 72h antes de la competición
intuyo que algo influyó en mi marca. Los plazos de recuperación es lo que más
se nota a medida que te vas haciendo mayor.
Poniéndolos firmes |
En
Sabadell salí contento con mi carrera. Quizás por el maratón, quizás por no
haberme recuperado al 100% del último día de calidad, las piernas no estaban lo
frescas que uno puede desear, pero estuve en la batalla y mi adversario me ganó
con todas las de la ley. Me quedo con mi actitud. Antes, determinados nombres
me intimidaban de oficio. Ahora puedo seguir admirándoles, pero sé que si me
esmero entrenando podré con ellos. Pasamos el 1000 en 3’21” y acabé en 9’42”,
lo cual significa que corrí en 6’21” el último 2mil. Bien.
Quedaba
Braga, europeo máster indoor así que pensé que ir al de España máster en
Antequera sería una buena opción para correr rápido. Además, tenía AVE directo
desde Tarragona.
Fotaca del año |
Viernes
tarde recogida de dorsal y al firmar veo la lista de inscritos con sus tiempos.
Muchos 9 veinte y pico y aquí cometo un error crucial: pensar que con esos
tiempos ser finalista va a estar más que bien. Mentalmente me aparto de las
medallas. Hay que trabajar la cabeza para cada competición. No darla por
amueblada sin antes comprobarlo. Al igual que tengo claro que la medalla del
mundial la gané con mi cabeza, en Antequera dejé de luchar por el podio 16h
antes de la carrera.
No se observa pero son las 4% con clavos |
En la
carrera en sí disfruté mucho. Mola mucho la gestión de la tensión precarrera,
la cámara de llamadas, los últimos minutos antes de la final. En carrera, tras
una primera vuelta, decidí tirar del grupo y marqué el primer 1000 en 3’15” y
el 2º en 3’17”, a partir de ahí fui superado -lo esperaba y no opuse
resistencia; la derrota mental del día anterior- llegando a ir octavo a falta
de 2 vueltas. Pude recuperarme y ser 5º con 9’39”, muy satisfecho con un último
1000 en 3’7” y un último 400 en 1’9”. Un mes después del maratón era una
magnífica señal.
Acabar ganando un sprint y como que te vas más contento a casa |
Siguieron
mejorando los entrenamientos y a la semana siguiente, el martes con el clásico
400-200, yéndonos hasta el 1’9” y los 33 bajos y el jueves con 4x1250m a 3’19”
me hizo soñar con Toronto.
Y vino el
confinamiento. Y se suspendió el sueño que me hará más fuerte el día que
volvamos a la anormalidad. Si no palmo.
Y como confinados
estamos, una mínima vuelta a la pseudo-crítica literaria, género que tenía
abandonado completamente en el blog.
A mi derecha un diploma olímpico en Atlanta'96: poca broma |
A cold
clear day nos cuenta la biografía atlética de Buddy Edelen, un norteamericano
afincado en Inglaterra que tuvo el récord del mundo en maratón con 2h14’28” a
principios de los sesenta, batiéndoselo a un tal Bikila.
Tengo la
fina perversión de leer acerca de estas vidas de locos por el correr que
antepusieron los placeres juveniles por una vida de dedicación absoluta, en sus
mejores años, al atletismo. Seguramente porqué yo no fui tan valiente como
ellos.
¡Saludos!