I survived to Behòvia 2009

dimecres, 15 de juny del 2016

Bonus track.

Casi 8h, ¡un jornal!


Recuperándome físicamente de la experiencia sudafricana y asentándola mentalmente a base de contarla y contármela, cuando todo sale tan bien, superando las altas y previas expectativas, que hasta la compañía aérea, Fly Emirates, contribuye con la calidad de su servicio. El viaje fue largo, Durban está al sur del sur (7h + 8h de vuelo sin contar escalas) y me devolvió a los tiempos del casi lujo en la clase turista. Comida excelente y posibilidad real de ocio con las pantallas individuales de alta calidad para cada pasajero.

Y la vida les recompensó por vivirla

Así que además de leer y leer hasta cansarme también pude ponerme al día con dos películas excelentes (Spotlight y The walk) así como encontrarme con dos joyas que espero rompan el techo habitual del circuito de los documentales. Ambas irían unidas por un fino nexo que relaciona cierta actividad física, como son los deportes extremos y/o de resistencia con el ejercicio de la libertad personal. Y destacaría sus imágenes históricas y sorprendentes por haber sido rescatadas de los archivos personales de algunos de los protagonistas.
El principio del boom


En el primer caso –The search for freedom- vemos como unos excéntricos que adoptan sus aficiones como forma de vida se vuelven, casi sin quererlo, millonarios por el mero deseo de satisfacer sus propias necesidades (un tipo de esquí, ropa o una tabla de surf, una bici de montaña, un traje para volar…). Y en el segundo documental –Free to run- vemos a otros raritos que a finales de los sesenta adoptaron ese extraño tipo de vida que hoy llaman running y que, globalizado, se extiende sin pausa por la humanidad, quizás añorando un pasado cazador-recolector menos esclavo y sedentario. Empalmaría este último documental con el libro que ahora tengo entre manos, First ladies of running, donde las primeras sufragistas del asfalto explican como rompieron sus techos de cristal enfrentándose a todos y allanando el camino al magnífico presente y soñado futuro.

Sufragistas del asfalto


Y con un crescendo de tiempo libre, tras 2 semanas de descanso total –con la excepción fracasada de correr una media a los 6 días de Comrades- y recuperados los kg perdidos inicio muy lentamente la vuelta al ruedo. Con muchas ganas de entrenar y nulas de competir hasta el otoño.

¡Saludos!

divendres, 3 de juny del 2016

Comrades, la carrera (II)



Elogio del tractor.

A las 3 de la madrugada arrancó el autocar, donde la algarabía era máxima. Parecía más la salida de un after que el camino a la agonía. Luego la ruta nos sosegó a todos. Hice migas con un veterano (59) con nueve ediciones –mola que en el dorsal ponga cuántas Comrades has finalizado- quien me trató de joven y cuya conversación me hizo olvidar la tensión propia del reto que se avecinaba. A pleasure man!

A pesar de los pesares de las advertencias sobre los buenos modales debidos fue bajar del autobús y empezar a orinar todos junto a la primera pared que encontramos. Micción que repetí en incontables ocasiones, ¿15, 20?, siempre, eso sí, en el campo. Regándolo.

Uno de mis miedos era si haría mucho frío en la salida, más si tenía que estar en una hora esperando. Pietermaritzburg está a 700m y la temperatura rondaba los 10 grados. Fui a mi corral, el primero gracias a mi tiempo en la MCD y pasé fresco pero el calor humano mitigaba el frío. Me impresionó ver la lucha por conseguir la ropa que íbamos lanzando los atletas a medida que se acercaba la hora de la salida. Y lo que me quedaba por ver. Pasó el tiempo volando y llegó la hora. Primero el himno nacional sudafricano, luegouna canción que todos cantaron como locos – ¿para cuándo Sudáfrica como país invitado en eurovisión?-, cuenta atrás y…¡zasca!


¿Altafulla? No, Pietermaritzburg



Parecía la salida de la popular de Altafulla. Me pasaban por todos lados. Mi paranoia era no caerme y ser engullido por la marabunta. Con mi Garmin como fiel aliado a trote cochinero pasé el primer kilómetro en 5’30”, pelín lento pero mejor así. Mi idea era no alejarme, 15” arriba, 15” debajo de los 5’. Al salir de la ciudad, capital del estado de KwaZulu-Natal, la temperatura descendió hasta los mil demonios. Cinco grados, imagino. Maldije haber abandonado demasiado pronto mis guantes y jersey Joma extra-pesado que gané no sé dónde pero la suerte estaba echada y además sabía que horas después añoraría ese frío. El 2º lo pasé en 5’10” y mientras me adelantaban como si no hubiera un mañana seguí disfrutando de la experiencia. Calculo que en los 89k –a mi me salieron 90, oigan- habría 500m planos, así que sube, baja, para la derecha, para la izquierda e ir haciendo. Mucha gente animando en cualquier rincón, envueltos en mantas y yo ya en modo tractor. Más lecciones de humildad; yo que he sido un chulazo del ácido láctico.

En la crueldad intolerable de la primaria juventud recuerdo que a un chaval que llevaba hierros en las piernas –ahora parecería de la Edad Media- le llamábamos Massey Ferguson –a mí, cuatro ojos-. ¡Qué ignorantes éramos! Si hasta a David Lynch el día que le robó el litio a Carrie le salió una de sus mejores películas elogiando al motocultor –Una historia verdadera-. En fin, que iba avanzando por la ruta.

Una peculiaridad de Comrades, que parece una tontería pero que visto desde el punto de vista de un cerebro reptiliano, al que llegas sí o sí, es todo un acierto es que los quilómetros se cuentan al revés. Empiezas en el 89 y bajando, así que una de mis muletas psicológicas fue ir festejando cada cambio de decena. El 7, el 6…

Junto a la cuneta centenares de niños y mayores casi luchaban entre sí por cualquier cosa que desperdiciaran los corredores, incluso los sacos que nos dieron para aguantar el frío. Todo era aprovechable, no digamos ya unos guantes o una camiseta. La imagen de los niños de cuatro o cinco años en medio de la noche corriendo a tu lado era…para hacer un Madonna. Secuestrarlo, llevártelo y darle una vida mejor lejos de los suyos. Puro egoísmo occidental, of course. Estoy en modo ironía aclaro, no sea que algún simpatizante de la CUP quiera partirme las piernas.

Lo dicho




Los parciales oscilaban según lo previsto y de acuerdo con el perfil y con mis paradas orinatorias (debo decir, que siempre he detestado la ordinariez de todos esos posts de atletas que cuando comentan sus carreras, refieren sus visitas al Sr Roca a primera hora del día, pero aquí la micción era un hecho relevante). Había avituallamientos cada 2k aproximadamente y sabiendo que llegaríamos a los 25-30 grados la hidratación era fundamental. La bebida, agua e isotónicos, la daban en bolsas tipo flaggolosinas de unos 20 cl, lo que era salvajemente cómodo. Mordías y bebías. Cada pis era un check-point de mi estado hídrico. Clarito, vamos bien.

Y al cabo de una hora llegó mi momento Meryl Streep, mi momento Memorias de África. Una salida del sol espectacular como pocas que haya visto –no he estado en Atacama- que reverdecía los valles con un increíble disco naranja. Todo había valido la pena.

Nos contaron en la visita guiada que lo peor eran los primeros 18 kms, en fin. Dejando de lado mi amor, recién descubierto estos años, por las cuestas, en realidad ya te pueden contar, ya puedes ver el recorrido en bus que cuando llega el km 60, ese dolor no hay quien te lo explique.

Éramos 21.000




Pero tras una hora corriendo el disfrute seguía siendo máximo –siempre lo fue, pero diferente-. Ahora un árbol con unas flores espectaculares, esa familia animando, las cebras…el mundo podía ser, a veces, maravilloso.

Había seis cut-off points, seis zonas durante los 90 kms en los que pasado un tiempo determinado te impedían continuar. No era un problema para mí pero sabía que quien me seguía vía app recibía un aviso de que seguía vivo y luchando.
Como mi único objetivo era llegar tenía claro que la batalla iba a ser mental. Físicamente llegaba bien entrenado, con los kms justos y mucho gimnasio. Seguí los consejos y mi planificación era como la de un señor mayor: cada 10k un gel, cada 2h una pastilla de sal y en cada avituallamiento una de agua y una de isotónica. Llegó el 30, en una subida vi a algunos resoplar y nos quedaban 60…leía los nombres imposibles de los dorsales, pasé el maratón en 3h37’ y entré en territorio desconocido. Iba subiendo la temperatura. Chocaba la mano con los niños, me sentía fácil y solo esperaba que llegara el dolor, que llegaría, lo más tarde posible.

En el dorsal escribí dos nombres de dos personas que aprecio. Una se fue demasiado pronto después de darnos múltiples lecciones de vitalidad y la otra lleva un año con una grave lesión que le impide incluso caminar sin dolor. También corría por ellos. Me recordaban porqué estaba allí: la celebración de la vida. Como lo fue el saludo que hice, uno a uno, a todos los niños de la escuela que visitamos el viernes. Creo que el Director de la escuela reconoció mi sentida emoción, nos miramos, y nos abrazamos. Al poco llegué a Artur’s seat, algo después de la mitad del camino. Me paré, me quité la gorra y besé la placa en homenaje y esperando que el espíritu de Arthur me acompañara cuando hiciera falta. Un veterano espectador me dio las gracias.

Esa mariconera bonita y a juego




Llegué al 48, solo quedaba un maratón. Seguía bien y el único problema era ajustar la mariconera que iba disminuyendo de tamaño a medida que caían los geles. Mucha gente animando, era fiesta mayor y las familias se apostaban en los márgenes pasando el día, mandando fuerza.

Vi alejarse el 31, el 30 (los kms que quedaban)…viendo el perfil parecía que todo era llegar al 60 y dejarse ir, casi rodando. Ya te darán. Ahí ya había llegado mi hora de sufrimiento. Me dolían los psoas, los cuádriceps…ya no chocaba las manos, ya no sonreía. Solo corría e iniciaba un diálogo, entre mi consciente y mi inconsciente. Sabía que mi cerebro, ante las primeras señales de alarma, quería que me parara y yo, en un bucle, le decía que no, que estuviera tranquilo, que el límite estaba lejos. Todo eran tretas. Venga que toca un gel, ahora la sal, ahora desalojas lo bebido. E íntimamente agradecía los infinitos ánimos. De tal en tal miraba de reojo un parcial (llegado el 30 y pico dejé de mirarlos) y me sorprendía un 4’45” cuando yo sentía un 6’. Un chute. Las piernas eran palos pero seguían moviéndose y se lo agradecía. Estaríamos ya a 25 grados, el queroseno de las barbacoas acompañaba el ambiente y miles de DJs anónimos, cerveza en mano, ponían su grano de arena en la gran fiesta. 

Una puta media, quedaba solo una puta media.

Espíritu Ronaldinho




Y de repente, un asfalto hinchado, un tropiezo, evito una caída inmerecida, siento un empujón y caigo en manos, literalmente, de una fisio. Tal cual. El espíritu de Arthur, sin duda alguna. Masaje y a rodar, algo mejor. Otro ángel me ofrece unas papas arrugás sin mojo picón. Me como dos.

Cada bajada es un infierno por los miles de pinchazos que siento y me enamoro de cualquier repecho. Ahí arraso. Soy Bahamontes.

Bebo, corro, me tiro agua por encima, busco la mínima sombra. Pasamos por la green mile, no la disfruto porque me es imposible pero alucino. Durante 1600 metros hay emails de ánimo, un m2 cada uno, pegados en el suelo. El público es un río que acompaña y vivo momentos Le Tour. Me pasa gente, paso a gente y sin darme cuenta estoy cantándome un mantra –estás en tu burbuja Ferran, da igual si te pasan, si adelantas-.

Tengo tan claro que llegaré a meta como el dolor que siento.

Siento las piernas, demasiado




Quedan 10, sé que en dos pasaré el último control –sabrán en mi casa que estoy bien y eso anima-, siento la meta, ya no hay decenas en los carteles, solo unidades. Último gel y regalo con alegría la mariconera a una niña que me animaba desde la cuneta.

Quedan seis –no lo pienso en ese momento pero llevo 83- miro y veo que yendo a 6’ puedo bajar de 8 horas, otra trampa al cerebro. De repente me han desaparecido los dolores y he empezado a rodar rápido. No doy crédito. El cerebro, ese gran desconocido. La gente, al ver a un señor mayor de barba blanca a tan buen ritmo, ruge. 4’45”, 4’30”, 4’25”, 4’22”, 4’17” y 3’58”. Entro en meta y rompo a llorar. Ha sido brutal. Una experiencia extrema que ha valido tanto la pena. Ya soy otro. Mejor, sin duda alguna.

¡Saludos!

¡Vámonos pa meta!